En memoria de Paul Auster, el escritor norteamericano de antepasados judíos-polacos fallecido el 30 de abril de 2024 en Nueva York, reflexiono sobre la similitud entre su forma de escribir y mis propias memorias.

Como él escribió en "El país de las últimas cosas", las palabras surgen en momentos de desesperación, cuando creemos que ya no vendrán. Cada día es una batalla contra el vacío y el olvido, donde los pensamientos nacen, se detienen y se pierden entre silencios.

Mi historia comenzó en las calles de Luyanó, buscando respuestas a la incertidumbre que limitaba mi crecimiento personal. Decidí cambiar mi raigambre original, escapando de la seducción oficialista para dar rienda suelta a mi imaginación en busca del lado oscuro de las cosas.

En aquellos tiempos de cambio, encontré un cómplice que compartía mi forma de llenar la página en blanco. Mientras él prefirió escribir sobre sus recuerdos, yo encontré una tabla de salvación para rearmar mi discurso atrofiado.

Hoy, como Auster, mis palabras demoran en salir bien vestidas. Se esconden durante días en los trajines cotidianos para aparecer súbitamente en la madrugada o mientras conduzco por las calles congestionadas. Esta incertidumbre se ha convertido en mi pasión.

Mi mente es un torbellino en constante ebullición, imaginando varias historias y mundos paralelos simultáneamente. No puedo reinventarlos hasta cerrar un libro, al que frecuentemente debo volver debido a las subtramas que emergen. Por eso, mantengo una libreta y un bolígrafo en mi mesa de noche, esperando paciente por las palabras que no siempre llegan con la prontitud deseada.

Related Articles

Previous Articles