De una silla vacía en Puerto Rico a la mesa llena en República Dominicana
Una silla vacía que nos recuerda la pérdida de un hijo a causa del suicidio. Una familia boricua que busca refugio en las playas de Punta Cana para procesar su dolor. La pregunta "¿Mesa para cuántos?" resuena con un peso diferente cuando acabas de perder a un ser querido.
Apenas dos semanas después de la tragedia, nuestra casa en Puerto Rico se había convertido en un desfile interminable de personas mostrando sus condolencias. Necesitábamos espacio, y Quisqueya nos ofreció ese refugio que tanto anhelábamos.
Hombre sentado en una silla blanca
Como ministro, había acompañado a muchos en su dolor, cuestionando la existencia de Dios ante las tragedias. Pero ahora, enfrentando la pérdida de mi propio hijo de 25 años por suicidio, descubro que no tengo suficiente fe para dejar de creer.
La salud mental sigue siendo un tema estigmatizado. A pesar de buscar ayuda profesional desde su niñez, una vez alcanzada la mayoría de edad, mi hijo tomó sus propias decisiones. La depresión lo consumió silenciosamente.
El cristianismo no promete ausencia de dolor, sino paz en medio de la tormenta. Esa silla vacía en nuestra mesa se ha convertido en un símbolo de esperanza, recordándonos que la muerte no tiene la última palabra.
Hoy mantengo una mesa abierta, con espacio para todos los que necesiten consuelo. Y aunque siempre habrá una silla vacía que nos recuerde a quien partió, nuestra mesa sigue rebosando de amor, compasión y esperanza.
La fe puede ser frágil o estar ausente, pero todos son bienvenidos a esta mesa de diálogo. En Quisqueya encontramos no solo el refugio que necesitábamos, sino también el amor incondicional que nos ayudó a sanar.