
Los aplausos no validan la legitimidad del discurso presidencial de Abinader
Los aplausos durante el discurso de rendición de cuentas del presidente Abinader ante la Asamblea Nacional el pasado 27 de febrero fueron notablemente abundantes, tanto que por momentos interferían con sus palabras. Si bien es cierto que el mandatario ha mejorado significativamente su estilo retórico, es importante analizar más allá de las ovaciones.
Este acto constitucional, que se ha convertido en una ceremonia institucional, reúne principalmente a la élite política y económica del país. Los asistentes representan al establishment: funcionarios públicos y beneficiarios del sistema actual, todos con una posición económica privilegiada. No están presentes los ciudadanos comunes, los que dependen del transporte público o compran a crédito en los colmados.
La legitimidad de un discurso presidencial no se mide por la cantidad de aplausos recibidos, sino por su correspondencia con la realidad que vive la población. El verdadero valor radica en que los ciudadanos reconozcan logros tangibles que impacten positivamente en sus vidas cotidianas.
El discurso del presidente Abinader cumplió su propósito institucional y mantuvo el formato esperado para este tipo de ocasiones. Como es habitual, la oposición probablemente criticará la presentación sugiriendo que describe una realidad alejada del país real. Sin embargo, más allá de ser un ritual político necesario, queda la interrogante sobre quién realmente está apostando por aquella famosa frase atribuida a dos papas: "El mundo desea ser engañado, engañémosle".
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